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"El judo es familia": Gustavo y Luciana, un amor que crece sobre el tatami
Gustavo y Luciana García son padre e hija unidos no solo por llevar la misma sangre sino por compartir la misma pasión: el Judo. Ambos dialogaron con Diario TAG y contaron sus historias dentro y fuera del tatami.

Entre Barranqueras y Resistencia, en la esquina de Avenida España y Pasaje Alem, funciona una academia que vibra con disciplina, respeto y pasión. Se llama Okasan, que en japonés significa madre, y es mucho más que una escuela de judo: es el reflejo de una historia familiar que une generaciones.
Su fundador, Gustavo García, es entrenador nacional, profesor y, sobre todo, papá. A su lado, su hija Luciana García, de apenas 11 años, ya es campeona sudamericana y bicampeona nacional. Juntos, comparten mucho más que entrenamientos: comparten un sueño.
"El judo para nosotros es familia. Es unión, esfuerzo, respeto. Es aprender a levantarse cada vez que uno cae", afirma Gustavo con una mezcla de orgullo y serenidad.
La historia comenzó hace años, con la abuela de Luciana, quien también fue judoca. "Mi mamá me introdujo en el judo", recuerda Gustavo y continúa: "Ella acompañaba y también metió en esto a mis hijos. Cuando falleció, decidí bautizar la escuela con el nombre Okasan, en homenaje a ella. De ahí viene todo."

Hoy, esa herencia se traduce en una rutina intensa: Luciana entrena doble turno con preparación física por la mañana y técnica de judo por la tarde, todos los días. "El esfuerzo es enorme. Esto demanda mucho de los chicos y también de los padres. Pero es un trabajo que une, porque el judo se vive en familia", explicó su papá y entrenador.
Luciana sonríe tímidamente, pero con la confianza de quien ya ha subido varias veces al podio. "Empezó a hacer judo cuando tenía tres años, o un poco menos. Le gusta competir, ganar y aprender de cada lucha", cuenta su papá Gustavo.
Y el aprendizaje es inmenso, ya que, este año fue campeona nacional en el torneo Apertura, luego volvió a ganar en el Nacional Clausura en San Juan y se coronó campeona sudamericana en Asunción, logros que le valieron la clasificación directa a los Juegos Panamericanos de Lima, que se realizarán en diciembre.
"Cuando la vi ganar el Sudamericano, no me entraba el pecho en el cuerpo", confiesa Gustavo con emoción. "Fue una euforia total. La mamá la acompañó desde la tribuna y los abuelos, que viven en Colombia, la vieron en vivo por la transmisión. Toda la familia estaba conectada".

Pero no todo son medallas, Gustavo sabe que el verdadero valor del judo está en la formación humana: "Más allá de los triunfos, lo que más admiro de Luciana es su manejo emocional. Sabe mantener la calma, manejar la ansiedad y tolerar la frustración. Eso es fundamental. A veces se gana y a veces se aprende, pero siempre se sigue adelante."
"Más allá de los triunfos, lo que más admiro de Luciana es su manejo emocional. Sabe mantener la calma, manejar la ansiedad y tolerar la frustración".
Esa madurez se combina con una determinación poco común. "Luciana tiene una mentalidad distinta. Desde chiquita, mientras los demás jugaban, ella quería ganar. Y eso no viene de la presión, sino de su carácter", comenta el sensei entre risas.
No obstante, no todo es fácil cuando los roles se mezclan. "Separar al papá del entrenador es difícil —admite—. En el dojo soy el sensei, pero en casa soy el papá. Aunque a veces me reclama que no le doy bola cuando se golpea en los entrenamientos. Me lo guarda y me lo dice después en casa, con enojo y todo", dice entre risas.

La experiencia de representar a la Argentina en un torneo internacional marcó un antes y un después. "Fue increíble. Participaron Brasil, Colombia, Ecuador, Chile, Uruguay y Paraguay. Llevamos doce chicos de la academia y trajimos siete medallas. No les quedó chico el torneo. Es fruto de mucho trabajo y de una comisión de padres que se pone todo al hombro", remarca.
Ahora, la mirada está puesta en Lima. "Nuestro sueño es llegar a los Juegos Olímpicos. Sabemos que es un camino largo y difícil, solo van los 32 mejores del mundo. Pero tenemos tiempo. Luciana recién empieza y estamos yendo por un muy buen camino."
Cuando se le pregunta qué siente al verla competir, Gustavo se queda un momento en silencio y sonríe: "Mi mayor orgullo no son las medallas. Es que es mi hija. Verla crecer, acompañarla, estar presente en cada paso… eso es lo que más disfruto."
"Mi mayor orgullo es verla crecer, acompañarla y estar presente en cada paso, eso es lo que más disfruto", confiesa Gustavo.
Luciana, por su parte, tiene claro su modelo a seguir: "Me encanta una judoca japonesa que se llama Abe Uta. Soy fan", dice con la mirada encendida.

Así, entre entrenamientos, viajes y sueños, la historia de Gustavo y Luciana García sigue creciendo. Una historia de amor, constancia y respeto, donde el judo es mucho más que un deporte: "El judo —dice Gustavo— no es judo sin valores. En cada saludo, en cada caída, aprendemos a respetar, a mejorar y a volver a levantarnos."
"El judo no es tal sin valores. Aprendemos a respetar, mejorar y levantarnos en cada saludo y caída"
Y en cada levantada, se fortalece también ese lazo que, más allá del tatami, los une para siempre: el de un padre y su hija, caminando juntos hacia un mismo sueño.
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