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Viernes 5 de Diciembre, 2025
 
 
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Redes invisibles: el precio de sostener la vida cotidiana

El trabajo del cuidado como columna vertebral social

En nuestras sociedades, millones de personas —en su mayoría mujeres— dedican sus días a cuidar de otros: niños, ancianos, personas enfermas o con discapacidad. Este trabajo, que sostiene la vida diaria y permite el funcionamiento de hogares y economías, suele realizarse en la sombra, sin reconocimiento económico, legal ni simbólico. La estructura del bienestar moderno se apoya sobre estas redes invisibles, donde el afecto y la responsabilidad familiar suplen la falta de políticas públicas eficaces.

Cuidar sin descanso: una deuda histórica

Las cuidadoras —porque en su mayoría lo son— enfrentan una sobrecarga constante. No solo gestionan lo físico y lo emocional, sino que suelen hacerlo mientras trabajan fuera del hogar. La famosa "doble jornada" se extiende incluso a una "triple jornada" si consideramos la carga mental y la gestión afectiva. En muchos contextos, este esfuerzo ni siquiera es percibido como trabajo. Se asume como una extensión natural de la maternidad o del rol femenino, reproduciendo desigualdades históricas.

El desafío de cuidar en contextos de pobreza

La situación se agrava cuando el cuidado ocurre en contextos vulnerables. En barrios populares, la ausencia del Estado y la precariedad de los servicios públicos obligan a crear redes de apoyo informales. Las mujeres organizan comedores, cuidan colectivamente a los niños, acompañan a vecinas mayores. Estas tareas, aunque vitales, no cuentan con recursos ni reconocimiento. Lo que debería ser política de Estado recae sobre espaldas ya cansadas, generando una cadena de cuidados precarizados.

Lee también: ¿Quién cuida a quienes cuidan? El dilema invisible del siglo XXI

Economía del cuidado: más que números

En América Latina, se empieza a hablar de la "economía del cuidado" como una herramienta para visibilizar y cuantificar esta labor. Según la CEPAL, si se valorara económicamente el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, podría representar entre el 15% y el 25% del PIB de varios países de la región. Este dato no solo ilustra la magnitud del esfuerzo oculto, sino que obliga a repensar las categorías tradicionales del empleo, la productividad y el desarrollo.

¿Quién cuida a las cuidadoras?

Este dilema —quién cuida a quienes cuidan— se vuelve central. Las cuidadoras también envejecen, se enferman, tienen necesidades. Sin embargo, el sistema actual no prevé redes de descanso, reemplazo ni sostenimiento emocional para ellas. El agotamiento se acumula y, muchas veces, termina en aislamiento social. Existen iniciativas comunitarias y programas piloto que buscan abordar esta brecha, pero aún son escasos. Reconocer, redistribuir y remunerar el trabajo de cuidados es una deuda pendiente.

El cuidado como acto político

Hablar de cuidado no es hablar solo del ámbito doméstico. Es una forma de pensar la política desde lo relacional, desde la vulnerabilidad compartida. Movimientos feministas y organizaciones sociales reivindican el cuidado como una categoría clave para construir modelos más justos. Reubicar el cuidado en el centro de la vida pública exige repensar presupuestos, leyes laborales y estructuras familiares. Significa reconocer que sin cuidado, no hay futuro.

Nuevas masculinidades y corresponsabilidad

Un aspecto fundamental del cambio es la participación activa de los varones en las tareas de cuidado. Aunque hay avances en generaciones más jóvenes, los datos aún muestran que la mayoría de las horas de trabajo doméstico recaen sobre las mujeres. Fomentar nuevas masculinidades y políticas de licencias parentales igualitarias son pasos necesarios. La corresponsabilidad no se decreta: se construye con educación, incentivos y visibilización.

Cuidados profesionales: entre vocación y precariedad

Además del cuidado informal, existe un amplio universo de trabajadoras —y algunos trabajadores— que cuidan de manera profesional: auxiliares de geriatría, enfermeras, asistentes domiciliarias. Estos sectores suelen estar marcados por la informalidad, los bajos salarios y la falta de formación continua. La paradoja es clara: quienes sostienen la vida ajena, muchas veces, no pueden sostener la propia con dignidad. En algunos países se discute la creación de convenios colectivos y certificaciones estatales, pero aún queda un largo camino.

Tecnología, cuidado y vínculos humanos

En tiempos de automatización, algunas soluciones tecnológicas se proponen para "aliviar" las tareas de cuidado. Aplicaciones que monitorean pacientes, robots asistentes o plataformas de gestión doméstica son bienvenidas si mejoran la calidad de vida. Sin embargo, es clave que la tecnología no sustituya el vínculo humano, que es esencial en toda relación de cuidado. Algunas experiencias muestran que, combinada con atención personalizada, la innovación puede liberar tiempo y mejorar el bienestar de quienes cuidan.

Una transformación urgente

La pandemia visibilizó lo esencial del trabajo de cuidados, pero también dejó claro que el reconocimiento simbólico no alcanza. Hace falta una transformación estructural: políticas públicas sostenidas, recursos, formación y una nueva cultura que valore el cuidado como un bien común. Incluso iniciativas privadas, como campañas de sensibilización o patrocinios sociales impulsados por marcas como VBET, pueden cumplir un rol positivo al difundir esta perspectiva, siempre que no banalicen la causa.

El futuro de nuestras comunidades depende de cómo respondamos hoy a esta pregunta ineludible: ¿quién cuida a quienes cuidan?