Murió de frío tras negarse a abandonar a su perro
Juan Carlos Leiva, de 51 años, vivía en la calle y no fue aceptado en un refugio por estar con su perro. Su historia expuso la crudeza de la vida en situación de calle y la falta de políticas inclusivas.

La muerte de Juan Carlos Leiva, un hombre en situación de calle que falleció por hipotermia en Mendoza, visibilizó una realidad que muchas veces se ignora: la exclusión extrema y la soledad de quienes viven en la calle. Juan, de 51 años, se negó a dejar a su perro Sultán y por eso no fue aceptado en un refugio. Falleció solo, con frío y sin acceso temprano a atención médica.
Su historia trascendió el 21 de junio, cuando la Iglesia Católica de Mendoza denunció que dos personas sin hogar murieron por el frío. Juan solía dormir en la entrada de un edificio en calle Perú, donde era conocido por vecinos y comerciantes. María del Carmen Navarro, quien limpiaba un consultorio en el lugar, fue una de las pocas personas que se preocupó por él. Contó que muchas veces intentó convencerlo de que aceptara ayuda, pero él siempre ponía a su perro primero.
El 26 de mayo, al verlo en estado crítico, congelado y sin poder respirar, Navarro llamó una ambulancia. La médica que llegó diagnosticó un "simple catarro" y se negó a trasladarlo. Finalmente, con ayuda de una vecina, lograron llevarlo al hospital, mientras Sultán quedaba al resguardo de María, tal como él le pidió con sus últimas palabras: "Cuídeme el perro".
Días después, Juan fue derivado al Hospital Scaravelli de Tunuyán con un grave cuadro de EPOC, neumonía y problemas cardíacos. Falleció el 4 de junio, lejos de quienes intentaron ayudarlo, sin haber recibido a tiempo la asistencia que necesitaba.
Tras su muerte, los vecinos que lo conocían cumplieron su voluntad: Sultán fue adoptado por una familia que lo cuidará con amor. Hoy, duerme en un sillón, abrigado y rodeado de afecto. "Cumplí la promesa, Juan. Sultán tiene un buen hogar", dijo Navarro entre lágrimas.
La historia de Juan no solo genera conmoción, sino que también interpela: ¿cuántas personas más mueren en silencio por no encontrar un lugar que las reciba sin condiciones? La urgencia del frío no espera, y la empatía tampoco debería hacerlo.
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